domingo, 22 de abril de 2012

Viceversa

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte

tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte 

o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.


(Mario Benedetti)
 


Nobleza Gaucha

Te acordás el día que llegaste al pago
seguido de cerca por una partida
que ya los talones te traiba pisando

Llegaste a mi casa buscando resguardo
y desde aquél día que ya va pa un año
lo mesmo que a un hijo te estuve cuidando.

Te entregué sin recelos mi mano de gaucho
y es por eso nomás que al tiempito
ya eras como dueño de toda mi rancha.

Tuyo jue mi apero, tuyo mi caballo
tuya jue mi yerba, tuyo mi tabaco

Y hasta eso que debe ser sagrado pa un hombre
que tiene concencia
también me lo estabas quitando.

Ayer de mañana no jui pa el poblao como te pensabas
Pegué una vueltita, até mi matungo detrás de unas tablas
y sin hacer ruido como una culebra me vine a la rastra.


Estabas juntito a mi china sentí que le hablabas
'Dejalo a ese viejo sotreta, venite conmigo chinita de maula'


Me dirás si no tengo razones pa matarte sin asco ni naa
como un perro dañino que viene roceando las casas.


Pero yo soy cristiano y compriendo como naide las cosas humanas
Ella es moza.. muy moza entuavia
pa andar con un hombre blanqueado de canas

Y es por eso, entendelo, que yo mesmo te digo:
Llevala!
Eso sí, no pensés ni entre sueños que te entrego mi china de maula

Porque quiero mostrarte ahora mesmo 
con qué juego me voy a baraja
sacá tu cuchillo y atate la fala
no sea cosa que en una embestida
te haga perder las bombachas

Momentos más tarde se cruzan las armas
y en tanto se miran con fijeza de águila
El viejo le advierte:
Abrí bien los ojos pa ver esta carta
que es la más flojita que tengo en las casas

Y diciendo esto como si jugara:
Le amagó de punta, le bajó la guardia
y a primer planazo le cruzó la cara

Ahura sí: 
Llevala!




 


 

A solas conmigo


No estoy sola,
estoy aquí conmigo,
resistiéndome al mundo y sus cuentos,
soñando paisajes ficticios,
buscando un solsticio de invierno.

Me hablo, me escucho;
me escapo, me encuentro;
me veo, me gusto;
me abrazo, me fortalezco.

Esto de estar sola no es tan triste,
no estoy tan sola si también están la luna,
la noche, el cielo descubierto.

Mi voz callada retumba en el silencio,
mi cuerpo frío se templa
con sólo imaginar tus besos.

No estoy sola,
te siento en este momento,
te dejo salir del cuarto,
pasar de mi ventana al viento.

Andate, no dudes,
estoy bien a solas conmigo,
no quiero que me distraigas,
ya no te busco en el vacío,
sólo dejame guardar mi alma,
que no se vaya contigo.


 

Es melancolía

Te llamarás silencio en adelante.
Y el sitio que ocupabas en el aire
se llamará melancolía.

Escribiré en el vino rojo un nombre:
tu nombre que estuvo junto a mi alma
sonriendo entre violetas.

Ahora miro largamente, absorto, 
esta mano que anduvo por tu rostro
que soñó junto a ti.

Esta mano lejana, de otro mundo
que conoció una rosa y otra rosa,
y el tibio, el lento nácar.

Un día iré a buscarme, iré a buscar
mi fantasma sediento entre los pinos
y la palabra amor.

Te llamarás silencio en adelante.
Lo escribo con la mano que aquel día
iba contigo entre los pinos.

(Eduardo Carranza)



martes, 21 de febrero de 2012

La sangre derramada

Federico García Lorca


¡Que no quiero verla! 

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena. 

¡Que no quiero verla! 

La luna de par en par,
caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras 

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña! 

¡Que no quiero verla! 

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,

y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.

No.
¡Que no quiero verla! 

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.

Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.

¡No me digáis que la vea!

No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea! 

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.

Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.

No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.

Como un rio de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.

Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.

¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla! 

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.

Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.

¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!

No.
¡Que no quiero verla!

Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.

No.
¡¡Yo no quiero verla!! 



Poema 20

Pablo Neruda


Puedo escribir los versos más tristes está noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



Dolor

 Alfonsina Storni

Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;

ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;

ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.