martes, 21 de febrero de 2012

Caña amarga

 Ramiro Domínguez


Lluvia.
Como un arcángel enfermo por el tejado.
Tiempo para dormir la sangre.
Entre las manos
la cantarilla agreste con jugo de los
primeros años.

El Arca de Noé sobre un tropel de nubes

saca a lustrar su viejo casco engallado.
Hoy quiero volver a poner la camisa
que me cosió mi madre al revés mientras
estaba soñando.

De Pisadera los carros suben

con rejones de llanto.
Los cañeros de Sulimán
pican con el rejón emplumado.

Lluvia de noche y de día

-muerte por la nariz y los costados-.
Colgajo de poncho podrido
por salamancas de barro.

En Espinillo, quedó un puntero

desnucado.

Por el bañado de Carovení

se rompió el eje de mi carro.

En la fábrica

entro con el turno de las cuatro.

-Tu cañadulce no pesa

una tonelada.
Con los descuentos,
ésta es tu paga.

-Señor, de aquí a dos leguas

tengo que sacar mi boyada.
No queda pasto en casa
y en el camino los pies se me agusanan.

-Eso no es nada; cuando seas hombre,

tendrás una culebra en el pecho
y lombrices en el alma.

-Pero

y si tengo frío...
-Te cubres de barro la espalda.

-Pero

y si tengo hambre...
-Duerme,
que aquí se aguanta.

-Pero

y si me duele todo...
-Escucha al rejón cómo canta.

Lluvia.

Lluvia mansa.
Alivio para el que descansa.
Para el que siembra, bonanza.

Para el cañero

cruz de vidrio sobre el pértigo
de su desesperanza.

Cierra.

Mátame esa ventana.
Esta noche no podré dormir
con esos carros que pasan.

Oye:

No tienen luz, y andan.

Mira:

No tienen fuego, y cantan.

2 comentarios: